Sus discípulos prosiguieron con su tarea


Dom Cardine había pedido a sus íntimos que le obtuvieran el favor de liberarlo de su servicio para regresar a Solesmes cuando llegase la hora de las renuncias. Esta hora se retrasó, puesto que Pablo VI intervino personalmente para que continuase su labor de docente en el Instituto Pontificio más allá de la edad habitual de jubilación de los profesores, hasta 1984, fecha en la que su estado de salud le obligó a decir adiós a Roma. Su vasto campo de investigación no estaba en absoluto agotado. Sus discípulos prosiguieron con su tarea. Sus enseñanzas estaban ya impresas: su Cours de Chant grégorien pour les Religieuses, publicado en Roma en 1963-1964, se había convertido en Première année de chant grégorien en 1970; traducida a varios idiomas, hasta al japonés, la Sémiologie grégorienne era una especie de segundo «año» de este curso; el tercero, que debía estar dedicado a la interpretación, quedaba por escribir. El reconocimiento de sus discípulos se manifestó en 1980 en una Miscelánea (Festschrift), que llevaba por título «Ut mens concordet voci», regalado al maestro por su 75º cumpleaños.

Enfermedad


El 26 de octubre de 1984, en Solesmes, sufrió de repente una hemiplejia en el lado izquierdo y hubo de ser hospitalizado en Le Mans. Su complexión, a la vez frágil y resistente, había soportado ya numerosas batallas. La parálisis, para un octogenario que hasta ese momento parecía ignorar la vejez, se convertiría en un calvario relegando a un hombre singularmente activo a la inactivad. Una reeducación le permitió volver a andar con un bastón. Pero el mismo día de su 80 cumpleaños sufrió un segundo ataque. Una estancia en un centro cerca de Angers le permitió volver a adquirir una cierta autonomía pudiendo coger él mismo su coche.

Se le vio en la concelebración de la Santa Misa y en las vísperas hasta el 20 de noviembre de 1986, a partir de esa fecha tuvo que permanecer en su habitación. Los padres enfermeros y sus ayudantes se relevaron día y noche para asistirlo y no dudaban en recoger sus palabras para que quedase constancia de ellas (palabras recogidas por Dom Andry y por el hermano Geoffroy). El enfermo aguantó sus miserias sin la más mínima queja, con un humor admirable. Las visitas no faltaron, los lectores se sucedían a su lado pues el correo era muy abundante. Dos semanas antes de su muerte, recibió con gran alegría un ejemplar de la última tesis que había dirigido: en ella se desarrollaba el último descubrimiento del maestro, el de los initio debilis o neumas con una nota inicial débil.

24 de enero de 1988


En marzo de 1987, después de la amputación de una pierna, se comprobó una mejoría de su estado. Su última aparición en comunidad, el 10 de enero 1988, fue para saludar al nuevo obispo de Sées, Monseñor Dubigeon, que había venido de visita a la abadía. El sábado 23 una crisis de uremia lo abatió de repente. Hubo tiempo de renovarle el sacramento de la unción de enfermos. Al día siguiente, el domingo 24 de enero, mientras el coro de monjes cantaba el ofertorio « Dextera Domini exaltavit me... non moriar sed vivam — la mano del Señor me ha fortalecido, no moriré, sino que viviré —, entregó su alma a Dios, en paz.

Un centenar de personas asistieron a su funeral: miembros de su familia, así como gregorianistas entre los que estaba el canónigo Jean Jeanneteau, su inseparable amigo desde hacía más de 35 años el gregorianista de Québec don Clément Morin, y tres monjes alemanes de sus más fervientes discípulos (Dom Godehard Joppich, Dom Rupert Fischer et Dom Jean-Berchmans Goeschl). Telegramas de Roma, Estados Unidos o Japón mostraban hasta donde llegaba la influencia de Dom Cardine.

Virtute vixit — memoria vivit — gloria vivet


El encanto de Dom Eugène Cardine se caracterizaba por su fineza, su delicadeza y su gran corazón, que en parte había heredado de su madre. En el primer contacto, a uno le impactaba su entusiasmo, su disponibilidad, su sonrisa, disposiciones que él recomienda en algunas de sus cartas de consejos espirituales que hemos podido recopilar. Su humildad se manifiesta en sus repetidas peticiones de oración para que le sea concedida esta virtud, junto con la paciencia y el desapego por lo material, «la santidad con la gracia de las renuncias que implica». Esta gracia le será concedida sin duda alguna en sus últimos 39 meses de vida, cuando la parálisis lo obligue a depender de los demás. En el fondo, practicó y aconsejó una espiritualidad de la obediencia por amor a Dios, en total coherencia con su profesión monástica, según el estilo de simpleza, de modestia y de claridad que le eran propios. Es de esos hombres cuya memoria permanecerá bendecida, como escribe un amigo, franciscano de Palermo, que considera poder aplicarle el elogio formulado en una inscripción de la basílica Santa María de los Ángeles en Roma: Virtute vixit — memoria vivit — gloria vivet.

Biografía interactiva realizada a partir de la nota biográfica publicada en la Lettre aux amis de Solesmes 1988 / 2 por Dom Louis Soltner, monje de Solesmes.